Aunque no nos demos cuenta, desde los primeros días de vida
el bebé ya es capaz de interactuar con su entorno, y como no, con las personas.
La primera persona con la que interactúa un recién nacido es
con su madre, y esta sirve de referencia y como modelo para relacionarse con el
resto.
Desde el principio, madres cuidadores establecen contacto
con el niño a través de su cariño, acariciándoles, meciéndoles, hablándoles o
cantando, pero lo que más observa el bebé, es la cara y las expresiones
faciales, y en concreto, los ojos sirven como principal guía de comunicación de
los bebés. El contacto visual, es un intento implícito de hacer que el bebé pueda
leer lo mejor posible sus sentimientos. Sabemos que, nadie da la espalda al
niño cuando se relaciona con él.
En los humanos, los contactos visuales son un signo educado
de empatía y de disposición a compartir los sentimientos, un aspecto
predominante del cuidado de los bebés. En nuestra cultura occidental, se enseña
a los bebés a mirar a los ojos de las personas. Cuando no existe contacto
visual, deducimos que la persona es tímida o que nos intenta engañar. Mirar a
los ojos es un signo de implicación social y de una disposición a contactar con
el otro. Pongamos como ejemplo a los amantes que se miran interminablemente en
lugares públicos, ajenos al entorno que les rodea. Este contacto indica que se
comparte por completo la experiencia. El amor, incluido el maternal tiene que
ver con el sentimiento de unidad.
Además, no solo los ojos, sino la cara en su conjunto,
incluyendo la boca, la nariz y la zona alrededor de los ojos, representa la
dinámica de esa experiencia. Los rostros son el teatro público de la mente. Los
ojos y la cara son los rasgos primarios que los bebés observan en los demás, y
se fijan en cómo estos rasgos muestran unos sentimientos recíprocos. Los estudios, demuestran que los bebés nacen
con una atracción particular por las caras, y posiblemente también con una
capacidad integrada para analizar y reconocer los rasgos faciales.
Estudios de Robert Franz y sus colegas, descubrieron que los
niños recién nacidos demuestran unas marcadas preferencias visuales cuando se
les ofrecen dos dibujos diferentes, los dibujos circulares, como la imagen de
una diana, frente a los compuestos de líneas con contrastes. Es decir, la
preferencia por los diseños circulares encajan con la idea del reconocimiento
de caras, con perfiles redondos. Estudios también muestran que los bebés de dos
meses se fijan más en un dibujo con forma de rostro y con ojos que en otros que
no los tenga. Esto indica que los bebés
saben detectar la presencia o la ausencia de los ojos en una cara e incluso
saben detectar la dirección de una mirada hacia los 6 meses. Estos niños se
fijan más en una cara que les mire que en otra que mire hacia otro lugar.
También se han presentado estudios, sobre la capacidad de
los bebés para distinguir entre la imagen de la cara de su madre y la de una mujer
extraña con unos mismos rasgos generales como el color de pelo o tono de piel.
Se descubrió que los niños menores de 48 horas miraban más la imagen de la
madre que la de otra mujer. Estos hallazgos, indican que los niños desde que
nacen no solo procesan una compleja información sobre las caras sino también
aprenden a recoger los patrones familiares.
Hacia el segundo mes de vida, el bebé ya responde con una
mímica ante el rostro de las personas y sonríe a los rostros conocidos. Hacia
los tres, puede sonreír ante cualquier persona que le sonría. A los 6 meses ya
distingue las caras conocidas de las desconocidas y empieza a mostrar
preferencia por las conocidas, se produce entonces la etapa en la que el niño
llora cuando se va con un extraño.
Fuente: El mundo del bebé. Ph Rochat
No hay comentarios:
Publicar un comentario